Un dia se me dio por vender chocolates en las calles del centro de Cartagena, y terminé con los bolsillos llenos de admiración hacia quienes diariamente se ganan la vida de esta manera.............
Despues de recorrer los alrededores del portal de los dulces, la Plaza Simón Bolivar, La Santo Domingo, La San Pedro Claver, El Parque Fernandez Madrid, entre otras que la emoción del momento me impide recordar, me encontrè con que sòlo me quedaban cinco chocolates de 100 que contenìa el paquete. Tuve ventas superiores a cuatro chocolates por persona, pero la mejor fue la de un hombre que me comprò 40 de una, y todo para entablarme conversación, era un cuarenton elegante y se encontraba degustando un capuchino en el café restaurante "LA CREPIERE".
Pero más allá de ventas exitosas lo que recibí en cada parada fueron voces de aliento y admiración, el sentimiento común en mis clientes fue la solidaridad, actitud que se distinguiò en las personas humildes: vendedores de minutos, de loteria, de jugos, limonadas, emboladores y en general, todos los que se dedicaban igual que yo a la venta callejera. A muchas de estas personas no les interesaba comerse un par de chocolates pero si colaborarame, mientras que de personas pudientes y de policias que se me atravesaron en el camino, recibi sólo gestos de indiferencia.
Despues de tener un balance positivo con mi primera bolsa, me aventuré a repetir la faena, y aunuqe el sol del medio dìa empezaba a tomar forma y mis piernas a quejarse, fui por ella a la esquina El Cañonazo, por los alrededores de la india Catalina, y desde este punto hasta la Plaza de Bolivar , no llevaba ni la cuarta parte de la bolsa vendida, en esta ocasión aumentaron los NO. En la Calle de la Moneda todos se mostraban fatigados, me ignoraban, en la Plaza de Bolivar hice un desfile circular con bolsa en mano, y con la disposicion de sacar chocolates ante el primer pedido, pero ante todo esto el gesto era el mismo: un "NO gracias" acopmpañado de una leve sonrisa.
Mi estòmago emitia su llamado con más fuerza y el entusiasmo también decaía, al mirar la bolsa sentía frustación por haber invertido allí las ganancias pasadas.
En ese momento pense que en más de cuatro horas sólo habia vendido una bolsa, el sudor, las piernas y la fatiga no daban abasto, me acompañaban $1.500 y eso era insuficiente para un almuerzo digno ante tanto trabajo, y ese era precisamente el detalle, esto para mi sólo era una aventura, un ejercicio en el que llevaba pocas horas en comparación a quienes diariamente se ganan la vida de esta manera; niños , jovenes y adultos para los que un dia de vida significa toda una caminata , recurriendo a la bondad de otras personas para contar con algo y a duras penas comer.